domingo, 12 de abril de 2015

¡ SALSA COKE !




Lo primero que debo entender, me dice Edwind, es que el “bailaíto” que mostraba Pablo Armero cada vez que la Selección Colombia anotaba un gol en el Mundial de Brasil no es asunto nuevo. “Así bailamos aquí desde hace mucho rato”. Y aquí es Villa del Lago. El barrio queda en la Comuna 13, una de las más grandes de Cali. Es el oriente profundo de la ciudad. La Cali afro. La Cali más pobre.
A esta hora no suena en ninguna esquina el ‘Ras tas tas’, la pegajosa melodía que ‘Miñía’ —como le llaman al lateral izquierdo— convirtió en celebración oficial y, sin saberlo, en una moda que a muchos no termina de convencer.
No suena, pero parece. Porque en el Distrito de Aguablanca bailar a lo ‘Miñía’ es tan natural, tan obvio, como terminar en una jarana convocada espontáneamente por cualquier vecino, que sabe que la única tarjeta de invitación que se conoce por aquí consiste en abrir la puerta de la casa, prender el equipo de sonido y subir el volumen.
Lo que sigue a continuación, dice Edwind, —36 años, mecánico, alto, manos y hombros de cargador portuario, un hombre que llegó a este barrio con su mamá Candelaria y sus cinco hermanos desde Barbacoas, Nariño, cuando él tenía 3— es la manera más didáctica de explicar cómo nació la salsa ‘choke’. “Vea, esa es una música en la que se baila como lo hacemos siempre la gente del Pacífico que terminamos viviendo en Cali; mucha cadera, mucho movimiento de brazos en el aire y de pies. Así bailamos cuando hacemos nuestras fiestas en los barrios, cuando cerramos la cuadra”.
Paulo David Osorio lo vio con sus ojos decenas de veces, años atrás, mientras trabajó para la radio comercial caleña. Hoy, al otro lado de la línea, desde un teléfono en Estados Unidos, el joven dj cuenta que hace unos seis años empezó a advertir una manera particular de rumbear en los barrios populares, especialmente los del oriente.
Fue así hasta que un día tuvo que preguntarse, “qué diablos era eso que la gente bailaba, era lo mismo que veía en discotecas populares como La Caderona o La Comadre, que convocaban a centenares de personas. Lo extraño es que se trataba de música que no sonaba en ninguna otra parte”.
Paulo comenzó a notar, por ejemplo, que cuando la música se interrumpía —por un corte de energía, digamos— el público, lejos de molestarse o rechiflar, comenzaba a cantar un corito pegajoso, sin dejar de bailar: “este es el ponche que tiene sabor, que tiene, que tiene, que tiene sabor”...
Le explicaron en su momento que se trataba de un ritmo que se declaraba hijo de la salsa y de la música del Pacífico. Un sonido urbano que abrevaba también del hip hop, del rap y el reggaetón, ritmos con larga tradición en ese lado de la ciudad.
Con esa información y el presentimiento de que en las calles populares se cocinaba un explosivo movimiento musical, Paulo David se recuerda ahora, en la oficina del director de Energía Estéreo, tratando de convencer a todos de que valía la pena abrir un espacio en la programación diaria de la emisora para que sonara lo que fue bautizado como ‘salsa choke’, por la manera en que se baila: chocando el cuerpo.“La gente preguntaba por el cd donde estaba la canción de ‘la gordita’. En esa época, hace más o menos un año, un compilado con ‘Ras tas tas’ incluido se conseguía en $2.000. Hoy, por uno con las mejores canciones de salsa ‘choque’ se puede pedir hasta $7.000, dependiendo de la calidad de la grabación”.

Richar Yori, melómano, investigador musical y discómano del espectáculo Delirio, cree que aún es prematuro saber si la salsa ‘choke’ será una moda pasajera.